Una vez más, Florida parece ser fundamental para la carrera presidencial estadounidense. Donald Trump y Joe Biden enfrentan una pregunta que se ha extendido durante décadas y que podría decidir una parte crucial de los votos: ¿Qué hacer con Cuba?
Es un debate que muchos analistas consideraban ya en el pasado. Cuando Barack Obama, entonces presidente de Estados Unidos, viajó a La Habana en 2016 para “enterrar los vestigios de la Guerra Fría” entre los dos países, el apoyo tentativo de muchos cubanoamericanos sorprendió hasta a los demócratas esperanzados. Ese otoño, Hillary Clinton, que había pedido que se pusiera fin “de una vez por todas” al embargo económico de Estados Unidos contra Cuba, ganó más votos cubanos en Florida que los obtenidos por Obama en 2012.
Cuatro años más tarde, sin lugar a duda, la Guerra Fría ha resucitado. En un aluvión de medidas punitivas, Trump restringió los viajes a la isla, bloqueó las inversiones y retiró a la mayoría de los diplomáticos estadounidenses que estaban en La Habana. Se han reducido drásticamente las visas para los cubanos que quieren visitar o unirse a sus familias en Estados Unidos. Su gobierno incluso ha comenzado a limitar las formas en que los cubanoamericanos pueden enviar dinero a sus familiares.
Pero aunque los cubanoamericanos se oponen a muchas de esas políticas específicas, según una encuesta realizada este verano por la Universidad Internacional de Florida (FIU), dos tercios apoyan la postura de Trump de confrontación hacia el gobierno comunista de la isla.
“En última instancia, la mayoría de los cubanoamericanos ven los inconvenientes logísticos como un bajo precio a pagar para conseguir la libertad y la rendición de cuentas de una dictadura que ha oprimido a su pueblo durante demasiado tiempo”, dijo Mercedes Schlapp, una cubanoamericana que trabajó en el gobierno de Trump y es asesora sénior de su campaña presidencial.
Por otro lado, Biden sostiene que la mano dura del presidente debe juzgarse por los resultados, no por la retórica. En una visita a Miami este mes, afirmó que la política del gobierno actual no está funcionando: “Cuba no está más cerca de la democracia que hace cuatro años”.
No obstante, los analistas han dicho que si las encuestas recientes son confiables, Trump podría ganar el 60 por ciento del voto cubanoamericano, superando el 50-54 por ciento que ganó en las elecciones de 2016. “Trump se ha disparado en las cifras de las encuestas de los hispanos”, dijo el presidente a un grupo de simpatizantes cubanoamericanos en la Casa Blanca el mes pasado. “Supongo que ellos no sabían que a ustedes yo los amo”.
Aunque se ha apretado la carrera en Florida, queda por ver si el problema de Cuba sigue siendo lo suficientemente potente, casi 62 años después de la revolución cubana, para que el estado, y sus 29 votos electorales, dé un giro; Florida, junto con Nueva York, tiene el tercer mayor número de votos electorales, después de California y Texas. Los dos tercios de los cubanoamericanos que viven en Florida solo representan alrededor del 5 por ciento de sus aproximadamente 14 millones de votantes. Pero sus opiniones cambiantes sobre la política estadounidense nuevamente llaman mucho la atención en un estado que sigue estrechamente dividido entre el Partido Republicano y el Partido Demócrata.
“Claramente esta es una línea más dura” hacia Cuba, dijo Guillermo Grenier, un sociólogo de la Universidad Internacional de Florida que ha supervisado las encuestas sobre las percepciones de los cubanoamericanos durante casi 30 años.
Para la vieja guardia de Miami, que huyó de Cuba después de la revolución de 1959, el intento de Obama de incitar el cambio a través de un compromiso más estrecho siempre fue peligrosamente ingenuo. Al no condicionar su apertura a las mejoras en derechos humanos, argumentaron, Obama le lanzó al entonces presidente Raúl Castro un salvavidas económico sin exigir nada a cambio. La continua represión a partir de entonces por parte del gobierno cubano a los que critican al régimen fue completamente predecible.
Aun así, los demócratas confiaban en que la demografía cubanoamericana estaba cambiando a su favor. A pesar de la obstinación de los ancianos cubanos, sus hijos y sus nietos parecían estar menos aferrados al enfoque coercitivo que durante tanto tiempo no había logrado un cambio significativo en el país. Los inmigrantes más recientes —que por lo general son más escépticos de que se pueda derrocar el gobierno de Cuba y están más conectados con familiares en la isla— también apoyaron mayor libertad para viajar y vínculos económicos más estrechos.
Entonces, después de años de creciente apoyo cubanoamericano al Partido Demócrata, uno de los resultados más llamativos de la encuesta de la FIU fue el 76 por ciento de los inmigrantes cubanos recientes que informaron haberse registrado como republicanos. Solo el 5 por ciento de los encuestados, los que llegaron a Estados Unidos entre 2010 y 2015, afirmaron ser demócratas; el resto se autodescribió como independiente.
A pesar de que los demócratas han ganado terreno, el Partido Republicano ha estado más activo y mejor organizado entre los latinos del sur de Florida. Los partidarios de la línea dura hacia Cuba siguen siendo poderosos en los medios de comunicación locales en español. “Para los republicanos, Miami siempre es un partido en casa”, dijo Ana Sofía Peláez, líder del Miami Freedom Project, un grupo cubano progresista enfocado en temas sociales.
También han comenzado a surgir partidarios republicanos más jóvenes y contemporáneos. Entre los más destacados se encuentra Alexander Otaola, un personaje estrafalario de YouTube que salió de Cuba en 2003 y ofrece una alternativa cómica y reguetonera a los vitriólicos programas de radio que todavía resuenan en las ondas locales. Otaola se ha convertido en un bullicioso evangélico de Trump, que exhorta a su público a tener cuidado con las tendencias “socialistas” de los demócratas.
El mayor influencer ha sido el propio Trump. Sus advertencias de que los demócratas entregarán a Estados Unidos al socialismo, aunque a algunos votantes les parezcan absurdas, se han repetido constantemente en campañas publicitarias y en las redes sociales que apuntan a los refugiados venezolanos y nicaragüenses en Florida, así como a los cubanos. La supuesta amenaza de los autodenominados demócratas socialistas como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez ha sido un tema fundamental de esa campaña, que ha establecido al menos una coherencia nocional entre la política interna de Trump y su postura belicosa hacia los regímenes de izquierda en América Latina.
“Han sido implacables”, dijo el cubanoamericano José Javier Rodríguez, senador demócrata por Florida, sobre el ataque del “socialismo”. “Tan implacable que ha resultado algo eficaz”.
Otro factor importante del éxito de Trump con los votantes cubanoamericanos ha sido su voluntad de hacer presencia. Algunos críticos se burlaron de Trump el mes pasado cuando recordó un “hermoso” premio que dijo haber recibido de los veteranos de la fallida invasión de Bahía de Cochinos. (Se desconoce la existencia de tal premio). Pero tampoco hace falta que demuestre su lealtad a la causa. La primera parada durante la incursión inicial de Trump en la campaña presidencial en 1999 fue el museo y biblioteca de la Asociación de Veteranos de Bahía de Cochinos en la Pequeña Habana de Miami, donde apareció con su entonces novia, Melania Knauss. “Mi política”, dijo entonces, “es que hay que mantener la presión sobre Castro”.
Como presidente, Trump ha tratado de incrementar esa presión. Además de bloquear el turismo, las inversiones y el comercio, prácticamente clausuró la embajada de Estados Unidos en La Habana, cuando se registraron ataques misteriosos a diplomáticos. Las visas para que los cubanos visiten Estados Unidos se redujeron a 10.167 el año pasado, desde un máximo de 41.001 en 2014. Su gobierno también suspendió un programa de reunificación familiar que desde 2007 había autorizado a más de 125.000 cubanos a reunirse con familiares en Estados Unidos, y aumentó la deportación de solicitantes de asilo cubanos.
La respuesta de los cubanoamericanos a esas medidas ha sido contradictoria. En la encuesta de la FIU, el 71 por ciento de los encuestados afirmó que el duradero embargo económico de Estados Unidos contra Cuba no ha funcionado; sin embargo, el 60 por ciento opinó que debería mantenerse. Muchos de ellos también dijeron que la política de Washington hacia Cuba era menos importante para ellos que otros temas, incluidos la economía, la atención médica, las relaciones raciales e incluso las políticas hacia China.
Los demócratas de Florida admitieron que han tenido poco éxito al tratar de centrar la atención en el daño colateral que las políticas de Trump han causado a los cubanos en la isla. Es posible que los demócratas hayan hecho aún menos para defender la política del gobierno de Obama, la idea de que un contacto más cercano con Estados Unidos es la mejor manera de impulsar al gobierno cubano hacia una mayor libertad política y económica para la isla.
“Creo que muchos demócratas han llegado a la conclusión de que, si bien existen sólidos argumentos intelectuales para esas iniciativas, políticamente no dan resultados”, dijo Carlos Curbelo, excongresista republicano de Miami.